Abel
Carlevaro, patrimonio cultural del uruguay
Palabras
pronunciadas durante el acto oficial
de
lanzamiento del sello postal en homenaje a Carlevaro,
organizado
por el Correo Uruguayo
y
la Escuela Universitaria de Música.
Es
mi deseo, antes de entrar en otras consideraciones, agradecer a las
autoridades del Correo Uruguayo, de la Escuela Universitaria de
Música y del Club Filatélico del Uruguay, por esta tan destacable
iniciativa de homenajear al Maestro Carlevaro. También, deseo
agradecer la presencia de la Sra. Vani Leal de Carlevaro y la de
todos quienes aquí nos acompañan, haciéndose eco de este llamado,
y brindando el adecuado marco a este acto de homenaje. Creo que no
puede seguir postergándose el momento en que el Uruguay todo
reconozca a Abel Carlevaro como uno de sus hijos más
dilectos
y como un exponente de los mas relevantes, si queremos hablar de
nuestro patrimonio artístico y cultural. Este de hoy es un paso muy
importante para que ese reconocimiento se haga carne en público y
autoridades. Para que se extienda, es imprescindible hacer conciencia
del real valer de nuestro músico guitarrista en el universo de la
cultura internacional, por un lado, y al mismo tiempo comprender
hasta qué punto toda su creación está firme y profundamente
arraigada en el entorno social y cultural montevideano, en el que él
se desarrolló como persona y como artista.
Abel
Carlevaro marcó en forma indeleble la segunda mitad del siglo veinte
en el ámbito de la guitarra como ningún otro instrumentista de su
época, y como pocos en la historia. Desde su primer gran concierto
en 1942 en el Estudio Auditorio del SODRE, cuando Andrés
Segovia lo presentó ante el público y la crítica, pasando por sus
asombrosas grabaciones de fines de los cincuenta y principios de los
sesenta, sus primeros cursos internacionales en París en 1974, la
publicación en Buenos Aires de Escuela
de la Guitarra, en
1979, el estreno en 1984 (en Heidelberg, Alemania) del modelo de
instrumento por él diseñado, y durante las seis décadas que abarcó
su vasta carrera como intérprete y compositor, este uruguayo
cosmopolita
pero volvedor, que nunca aceptó vivir fuera de Montevideo, austero y
esquivo a cualquier forma de protagonismo mediático, no dejó de
hacer contribuciones sustanciales que alteraron para siempre lo que
había sido hasta entonces la tradición guitarrística. Abrió así,
para esta rama del arte, todo un mundo nuevo marcado por la visión
universalista y constructiva proveniente de su admiración por el
arte y el pensamiento de Joaquín Torres García, y toda su obra se
convirtió en piedra angular de conocimiento indispensable para todo
aquel que pretenda seguir adelante en la evolución de la guitarra.
A
los efectos de valorar adecuadamente la figura de Abel Carlevaro, se
hace imprescindible desentrañar -aunque más no sea que en parte-
ciertas claves de su personalidad en el contexto panorámico del
entorno en que él se desenvolvió, y de las fuentes culturales y
afectivas en las que nutrió su sensibilidad y su intelecto. No sería
posible alcanzar una cabal comprensión del significado de este
artista y pensador de la guitarra sin el marco de referencia de su
carácter y su modo cotidiano de actuar y reaccionar. Se hace
imprescindible tener en cuenta al mismo tiempo su alto grado de
racionalidad y la profundidad de su formación cultural (y no sólo
en el terreno de la música), así como su espíritu
a
la vez inquieto y lúdico.
Abel
Carlevaro había construido, a lo largo de su existencia, una sólida
base espiritual fundada en las más variadas muestras de la
creatividad humana. Pero toda aquella firmeza de sus convicciones
estéticas e intelectuales se contrastaba notoriamente (y en forma
desconcertante para quienes recién lo comenzaban a conocer) con una
primaria inseguridad, con una altísima dosis de timidez, y con una
modestia que en realidad era su más auténtica piel.
Este hombre sencillo, que pedía disculpas antes de hacer una
corrección a cualquier alumno, ya fuese un principiante o un
guitarrista consagrado, que prefirió siempre transitar a pie por las
calles de Montevideo o de las ciudades que visitaba, humilde para
aprender de todo lo que tuviera real valor humano y artístico, supo
apreciar
y expresar a su comarca y, a través de ella, al mundo. Y tuvo al
mismo tiempo la solidez intelectual y la convicción estética
imprescindibles para poder cuestionar y finalmente transformar lo que
había sido el universo de la guitarra antes de él.
He
tratado durante mucho tiempo de indagar acerca de los factores que
influyeron en el despertar de la sensibilidad artística de Carlevaro
y en su posterior maduración, y estoy en condiciones de afirmar que
no por casualidad esa nueva escuela guitarrística surgió y fue
desarrollada en este país y por Abel Carlevaro. Tratando de resumir
esa historia en pocas palabras, les comento que Carlevaro entra en
contacto con la música y la guitarra (y también con las artes
plásticas y la poesía) en su infancia y por directa influencia del
medio familiar, a comienzos de la década del 20. Y en la segunda
mitad de los 30, cuando llega Andrés Segovia a Montevideo, él ya
es, pese a su juventud, un guitarrista digno de gran destaque. El
Uruguay de esos años, además de ser una tierra de brazos abiertos
para tantos altos espíritus que encontraron aquí la paz y el
ambiente fértil que la guerra y la intolerancia les negaban en otros
lados, ese Uruguay en el que Carlevaro creció y se hizo artista y
músico, tenía a la guitarra como forma de expresión de los más
variados tipos culturales. En las vertientes mas populares, seguía
siendo el principal vehículo de las manifestaciones folclóricas de
raíz campesina; pero además había sido adoptado por los músicos
de ancestros africanos para sus milongones y candombes, y estaba
presente en forma decisiva en el surgimiento y posterior expansión
del tango como expresión popular urbana. En lo que tiene que ver con
las formas artísticas más elaboradas y académicas, los
guitarristas que aquí crecieron tuvieron la influencia
importantísima -entre otros- de los españoles Antonio Giménez
Manjón, Francisco Calleja y Carlos García Tolsa, y del gran
paraguayo Agustín Barrios, hasta que la radicación de Segovia por
casi una década
en
Montevideo trasladó hacia nuestra ciudad el centro mundial de
gravedad de la guitarra. Esto último en un momento histórico
importantísimo, pues en esos años, y de la mano de Segovia, la
guitarra se instalaba de una vez por todas en las grandes salas de
todo el mundo, reconocidos compositores empezaban a tenerla en cuenta
escribiendo obras para ella, y los sellos grabadores comenzaban a
incluir guitarristas en sus ediciones discográficas. Agreguemos a
ello el entorno cultural creado a partir de 1934 por el regreso de
Joaquín Torres García a Uruguay, sacudiendo el ambiente artístico
con sus casi seiscientas conferencias y con la creación del Taller,
así como lo que significó la llegada de valiosísimos intelectuales
españoles que aquí se refugiaron de la guerra y del emergente
franquismo a finales de esa década y durante la siguiente.
De
todas esas fuentes bebió y en ese ambiente -verdadero crisol social
e intelectual- creció y se hizo músico Carlevaro. Pero además supo
captar las nuevas interrogantes que planteaba una guitarra en tal
proceso de evolución, supo ver las carencias de aquello que se
tomaba como escuela establecida y que venía desde Europa, y supo
también asimilar ciertos elementos elaborados aquí en los ámbitos
populares y no escolásticos. Se conjugan así los tres componentes
decisivos para que surgiera su radical renovación: el ambiente
favorable ya descrito, el momento histórico de reafirmación del
instrumento y la personalidad adecuada. En esa personalidad se unen
la música aprendida casi como el idioma natal, oyéndola y
practicándola desde la más tierna infancia, y un espíritu crítico,
abierto y generoso, munido del instrumental de la lógica más
rigurosa. El joven Carlevaro fue crítico ante lo que se consideraba
académico, para poder cuestionar todo aquello que se tomaba como
postulados establecidos e inmutables. Fue abierto para poder asimilar
las buenas soluciones de los guitarristas "no académicos"
quienes, a veces por trabajar con un solo dedo, por ejemplo, lo
habían desarrollado de un modo óptimo. Y sobre todo fue siempre
generoso, por haberse
dispuesto
a compartir su original saber y brindar a los demás el fruto de sus
años de paciente e infatigable tarea, elaborando una Teoría
Instrumental y creando
una verdadera escuela guitarrística que literalmente revolucionó
todo lo que hasta ese momento y en ese terreno, se admitía como
verdades absolutas e incuestionables.
Su primera ruptura con lo
establecido tuvo que ver con la propia ejecución guitarrística. Las
críticas de sus conciertos iniciales y la original excelencia de sus
grabaciones más tempranas así lo atestiguan, y muestran cómo ese
joven guitarrista que había trabajado varios años con el gran
Segovia, se apartaba claramente del modo de tocar del maestro español
y abría un camino totalmente nuevo, en el que primaban la seriedad y
la solidez musical, la diáfana claridad en la articulación, la más
absoluta limpieza técnica, el rigor rítmico y estilístico.
Carlevaro transformó
entonces, en buena medida, la estética de la guitarra. Dueño de un
portentoso dominio sobre el instrumento, no se dejó -sin embargo -
tentar por sus propias facilidades. Por el contrario, desechó
siempre todo efectismo vano y liberó a la ejecución guitarrística
del exceso de virtuosismos, arrastres innecesarios, profusión de
acordes arpegiados, vibratos amanerados y otros recursos tan de moda
en aquella época. Centró su atención en la riqueza tímbrica de la
guitarra, en su condición "orquestal", en sus capacidades
polifónicas. Cuando tantos a su alrededor tenían (y a veces siguen
teniendo) como objetivo principal de sus preocupaciones (y sus
admiraciones) el volumen y la velocidad, él puso siempre en el
primer lugar los criterios musicales, la calidad del sonido y la
variedad de sus colores, la claridad en el fraseo y la diafanidad en
la conducción de las voces. Remarquemos además, que -como sustrato
artístico que alentaba todas sus interpretaciones- hubo notoriamente
en Carlevaro una concepción sonora muy particular, que reflejaba su
profunda formación cultural y recogía la influencia plástica de
las ideas torresgarcianas, presentes no sólo en la tan personal
coloración de su sonido sino también en el modo "constructivo"
de estructurar su discurso musical.
Ese
discurso musical de Carlevaro, singularizado por todos los detalles
de su repertorio sonoro y gestual-instrumental, además, se
materializaba siempre a través de una total limpieza en sus
movimientos sobre las cuerdas, ya que logró eliminar por completo
los ruidos parásitos que habían caracterizado y caracterizan aún
tantas ejecuciones. Es que Carlevaro fue
siempre fiel, ante todo, a
una concepción estética, y colocó siempre en el primer plano las
consideraciones artísticas y musicales -tanto en su práctica
concreta como en sus fundamentaciones teóricas y en su labor como
maestro-, subordinando a ellas, estrictamente, los elementos técnicos
que eran puestos a su servicio.
Un
buen día Abel Carlevaro se dio cuenta de que su modo de tocar, su
técnica instrumental, era formulable, explicable, transmisible a
otros para que pudieran comprenderla, aprenderla y luego aplicarla.
Entonces revolucionó también la pedagogía de la guitarra: le dio
una teoría instrumental, un conjunto orgánico y lógicamente
estructurado de explicaciones y soluciones a cada uno de los
problemas que plantea la mecánica del instrumento para poder
expresar sin trabas el discurso musical. Primeramente la enseñó, en
sus clases universitarias y en su estudio particular, a sus
discípulos uruguayos y a las decenas y decenas de estudiantes que
desde otras partes de América, desde Asia y desde Europa, llegaron
aquí expresamente para estudiar con él, llamados por un prestigio
que él se había ganado con su propio arte y su creatividad teórica,
sin ninguna propaganda ni agente o representante que lo impulsara.
También la enseñó en seminarios internacionales en varias partes
del mundo. Luego la expuso por escrito en varios libros. El primero y
más importante:
Escuela de la Guitarra. Exposición de la Teoría Instrumental (a
comienzos de este año se cumplieron cuarenta de que terminara su
redacción definitiva). Al elaborar su teoría,
Carlevaro prácticamente subvirtió la casi totalidad de los
principios que hasta ese momento guiaban la ejecución de la mayor
parte de los guitarristas y que figuraban en los métodos hasta
entonces publicados.
Extendería
demasiado esta charla si nos detuviésemos en cada uno de sus aportes
tan trascendentes para la escuela guitarrística, tanto en la técnica
de la mano derecha como de la izquierda. Podemos sí asegurar que no
existen precedentes, en el devenir histórico de la guitarra, en
cuanto a una elaboración tan detallada y exhaustiva de una verdadera
teoría instrumental. Menos aún existe algún tratado de la guitarra
que haya sido traducido a tantos idiomas diferentes (además de la
edición en castellano, “Escuela de la guitarra” fue publicado en
inglés, francés, alemán, chino, japonés y coreano). Sin embargo,
no puedo dejar de señalar aquí que, si uno observa los
comportamientos y los resultados musicales del colectivo
guitarrístico mundial, es todavía muy poco extendido el
conocimiento cabal de lo que realmente aportó Carlevaro al
desarrollo de la técnica y la pedagogía de la guitarra. Su
comprensión requiere un estudio meticuloso y detallado, teniendo en
cuenta, en forma estructurada y coherente, la totalidad de los
elementos planteados por él, y siempre -tal como lo sostuvo
permanentemente- con el amparo de una idea musical y estética que
debe ser previa a cualquier consideración mecánica. Y no es tan
sencillo estar dispuesto a tanto trabajo...
Igualmente,
si sólo hubiese sido aquel su aporte a la evolución de la guitarra,
bastaba ello para otorgarle un sitial de máximo privilegio en la
historia del instrumento. Pero, sabemos ya que Carlevaro no se limitó
a esos aspectos técnicos o pedagógicos, y abarcó en su creatividad
un amplio universo de la guitarra. Inquieto, libre de prejuicios,
renovador como era, Abel Carlevaro no estaba conforme con los
criterios de construcción de la guitarra que había llegado,
evolucionando, hasta nuestros días. Convencido de que los
instrumentos musicales son siempre perfectibles, buscó, investigó,
incluso experimentó, hasta que también revolucionó su modo de
construcción. Inventó, así, un modelo
para el instrumento basado en principios totalmente nuevos, cambiando
no sólo su aspecto exterior sino también su arquitectura interior.
Por supuesto que no buscaba solamente mayor volumen sonoro. Siguió
siendo coherente con sus principios estéticos, y trató de diseñar
una guitarra que además proyectara mejor los colores, que
equilibrara la emisión de graves y agudos, que permitiera emitir
separadamente las voces, que respondiera fielmente, en fin, a su
concepto "orquestal" del instrumento. Si bien -sempiterno
perfeccionista- no llegó a alcanzar la plena conformidad con los
diversos ejemplares que un par de muy renombrados constructores
europeos le hicieron, la realidad le confirmó el acierto de su
invención y durante los últimos diecisiete años de su vida tocó
únicamente en guitarras construidas según su idea.
Agreguemos
a todo lo anterior la vasta producción compositiva de Carlevaro, el
modo como enriqueció la literatura del instrumento con obras de un
lenguaje inequívocamente propio, surgido de la sabia combinación de
valores universales y locales, y entonces podremos comprender la
estatura que adquiere la figura de nuestro artista en el marco más
general de la historia de la guitarra. Creo que esa estatura no ha
sido aún suficientemente conocida ni valorada, en parte por su
propia reticencia al brillo exterior, pero estoy seguro de que no
será fácil encontrar en este marco de referencia, otro ejemplo de
tan amplio, profundo y renovador aporte. Desde su Montevideo natal,
orgulloso de sus fuentes originales pero abierto mentalmente para
recibir los más sólidos valores universales, Carlevaro marcó uno
de los puntos de inflexión más importantes de la historia en el
desarrollo de nuestro instrumento. La vida y el ejemplo de este
maestro no habrán sido en vano si los guitarristas, en vez de
repetir exactamente sus pasos y sus acciones, aprendemos de su
capacidad para preguntar y preguntarse, de su negación a priori de
todo lo preestablecido hasta que un concienzudo análisis le
permitiera aceptarlo, de su inagotable energía para seguir
buscando, creando y entregando hasta el último día de su vida, del
permanente buen humor y cálida humanidad en su acción pedagógica,
del apego y el respeto a sus raíces, de su incisivo y comprometido
interés por todas las auténticas manifestaciones de la cultura, de
su inconmovible honestidad artística e intelectual. Abel Carlevaro
nos mostró a todos quienes quisimos escucharlo un mundo nuevo en la
guitarra, y debe ser considerado por todos los uruguayos como uno de
los exponentes más relevantes de nuestro patrimonio cultural.
Alfredo Escande
18 de setiembre 2018
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