miércoles, 19 de septiembre de 2018

Palabras en acto de homenaje a Carlevaro


Abel Carlevaro, patrimonio cultural del uruguay

Palabras pronunciadas durante el acto oficial
de lanzamiento del sello postal en homenaje a Carlevaro,
organizado por el Correo Uruguayo
y la Escuela Universitaria de Música.


             Es mi deseo, antes de entrar en otras consideraciones, agradecer a las autoridades del Correo Uruguayo, de la Escuela Universitaria de Música y del Club Filatélico del Uruguay, por esta tan destacable iniciativa de homenajear al Maestro Carlevaro. También, deseo agradecer la presencia de la Sra. Vani Leal de Carlevaro y la de todos quienes aquí nos acompañan, haciéndose eco de este llamado, y brindando el adecuado marco a este acto de homenaje. Creo que no puede seguir postergándose el momento en que el Uruguay todo reconozca a Abel Carlevaro como uno de sus hijos más dilectos y como un exponente de los mas relevantes, si queremos hablar de nuestro patrimonio artístico y cultural. Este de hoy es un paso muy importante para que ese reconocimiento se haga carne en público y autoridades. Para que se extienda, es imprescindible hacer conciencia del real valer de nuestro músico guitarrista en el universo de la cultura internacional, por un lado, y al mismo tiempo comprender hasta qué punto toda su creación está firme y profundamente arraigada en el entorno social y cultural montevideano, en el que él se desarrolló como persona y como artista.

             Abel Carlevaro marcó en forma indeleble la segunda mitad del siglo veinte en el ámbito de la guitarra como ningún otro instrumentista de su época, y como pocos en la historia. Desde su primer gran concierto en 1942 en el Estudio Auditorio del SODRE, cuando Andrés Segovia lo presentó ante el público y la crítica, pasando por sus asombrosas grabaciones de fines de los cincuenta y principios de los sesenta, sus primeros cursos internacionales en París en 1974, la publicación en Buenos Aires de Escuela de la Guitarra, en 1979, el estreno en 1984 (en Heidelberg, Alemania) del modelo de instrumento por él diseñado, y durante las seis décadas que abarcó su vasta carrera como intérprete y compositor, este uruguayo cosmopolita pero volvedor, que nunca aceptó vivir fuera de Montevideo, austero y esquivo a cualquier forma de protagonismo mediático, no dejó de hacer contribuciones sustanciales que alteraron para siempre lo que había sido hasta entonces la tradición guitarrística. Abrió así, para esta rama del arte, todo un mundo nuevo marcado por la visión universalista y constructiva proveniente de su admiración por el arte y el pensamiento de Joaquín Torres García, y toda su obra se convirtió en piedra angular de conocimiento indispensable para todo aquel que pretenda seguir adelante en la evolución de la guitarra.
A los efectos de valorar adecuadamente la figura de Abel Carlevaro, se hace imprescindible desentrañar -aunque más no sea que en parte- ciertas claves de su personalidad en el contexto panorámico del entorno en que él se desenvolvió, y de las fuentes culturales y afectivas en las que nutrió su sensibilidad y su intelecto. No sería posible alcanzar una cabal comprensión del significado de este artista y pensador de la guitarra sin el marco de referencia de su carácter y su modo cotidiano de actuar y reaccionar. Se hace imprescindible tener en cuenta al mismo tiempo su alto grado de racionalidad y la profundidad de su formación cultural (y no sólo en el terreno de la música), así como su espíritu a la vez inquieto y lúdico.
Abel Carlevaro había construido, a lo largo de su existencia, una sólida base espiritual fundada en las más variadas muestras de la creatividad humana. Pero toda aquella firmeza de sus convicciones estéticas e intelectuales se contrastaba notoriamente (y en forma desconcertante para quienes recién lo comenzaban a conocer) con una primaria inseguridad, con una altísima dosis de timidez, y con una modestia que en realidad era su más auténtica piel. Este hombre sencillo, que pedía disculpas antes de hacer una corrección a cualquier alumno, ya fuese un principiante o un guitarrista consagrado, que prefirió siempre transitar a pie por las calles de Montevideo o de las ciudades que visitaba, humilde para aprender de todo lo que tuviera real valor humano y artístico, supo apreciar y expresar a su comarca y, a través de ella, al mundo. Y tuvo al mismo tiempo la solidez intelectual y la convicción estética imprescindibles para poder cuestionar y finalmente transformar lo que había sido el universo de la guitarra antes de él.
         He tratado durante mucho tiempo de indagar acerca de los factores que influyeron en el despertar de la sensibilidad artística de Carlevaro y en su posterior maduración, y estoy en condiciones de afirmar que no por casualidad esa nueva escuela guitarrística surgió y fue desarrollada en este país y por Abel Carlevaro. Tratando de resumir esa historia en pocas palabras, les comento que Carlevaro entra en contacto con la música y la guitarra (y también con las artes plásticas y la poesía) en su infancia y por directa influencia del medio familiar, a comienzos de la década del 20. Y en la segunda mitad de los 30, cuando llega Andrés Segovia a Montevideo, él ya es, pese a su juventud, un guitarrista digno de gran destaque. El Uruguay de esos años, además de ser una tierra de brazos abiertos para tantos altos espíritus que encontraron aquí la paz y el ambiente fértil que la guerra y la intolerancia les negaban en otros lados, ese Uruguay en el que Carlevaro creció y se hizo artista y músico, tenía a la guitarra como forma de expresión de los más variados tipos culturales. En las vertientes mas populares, seguía siendo el principal vehículo de las manifestaciones folclóricas de raíz campesina; pero además había sido adoptado por los músicos de ancestros africanos para sus milongones y candombes, y estaba presente en forma decisiva en el surgimiento y posterior expansión del tango como expresión popular urbana. En lo que tiene que ver con las formas artísticas más elaboradas y académicas, los guitarristas que aquí crecieron tuvieron la influencia importantísima -entre otros- de los españoles Antonio Giménez Manjón, Francisco Calleja y Carlos García Tolsa, y del gran paraguayo Agustín Barrios, hasta que la radicación de Segovia por casi una década en Montevideo trasladó hacia nuestra ciudad el centro mundial de gravedad de la guitarra. Esto último en un momento histórico importantísimo, pues en esos años, y de la mano de Segovia, la guitarra se instalaba de una vez por todas en las grandes salas de todo el mundo, reconocidos compositores empezaban a tenerla en cuenta escribiendo obras para ella, y los sellos grabadores comenzaban a incluir guitarristas en sus ediciones discográficas. Agreguemos a ello el entorno cultural creado a partir de 1934 por el regreso de Joaquín Torres García a Uruguay, sacudiendo el ambiente artístico con sus casi seiscientas conferencias y con la creación del Taller, así como lo que significó la llegada de valiosísimos intelectuales españoles que aquí se refugiaron de la guerra y del emergente franquismo a finales de esa década y durante la siguiente.
De todas esas fuentes bebió y en ese ambiente -verdadero crisol social e intelectual- creció y se hizo músico Carlevaro. Pero además supo captar las nuevas interrogantes que planteaba una guitarra en tal proceso de evolución, supo ver las carencias de aquello que se tomaba como escuela establecida y que venía desde Europa, y supo también asimilar ciertos elementos elaborados aquí en los ámbitos populares y no escolásticos. Se conjugan así los tres componentes decisivos para que surgiera su radical renovación: el ambiente favorable ya descrito, el momento histórico de reafirmación del instrumento y la personalidad adecuada. En esa personalidad se unen la música aprendida casi como el idioma natal, oyéndola y practicándola desde la más tierna infancia, y un espíritu crítico, abierto y generoso, munido del instrumental de la lógica más rigurosa. El joven Carlevaro fue crítico ante lo que se consideraba académico, para poder cuestionar todo aquello que se tomaba como postulados establecidos e inmutables. Fue abierto para poder asimilar las buenas soluciones de los guitarristas "no académicos" quienes, a veces por trabajar con un solo dedo, por ejemplo, lo habían desarrollado de un modo óptimo. Y sobre todo fue siempre generoso, por haberse dispuesto a compartir su original saber y brindar a los demás el fruto de sus años de paciente e infatigable tarea, elaborando una Teoría Instrumental y creando una verdadera escuela guitarrística que literalmente revolucionó todo lo que hasta ese momento y en ese terreno, se admitía como verdades absolutas e incuestionables.
Su primera ruptura con lo establecido tuvo que ver con la propia ejecución guitarrística. Las críticas de sus conciertos iniciales y la original excelencia de sus grabaciones más tempranas así lo atestiguan, y muestran cómo ese joven guitarrista que había trabajado varios años con el gran Segovia, se apartaba claramente del modo de tocar del maestro español y abría un camino totalmente nuevo, en el que primaban la seriedad y la solidez musical, la diáfana claridad en la articulación, la más absoluta limpieza técnica, el rigor rítmico y estilístico.
Carlevaro transformó entonces, en buena medida, la estética de la guitarra. Dueño de un portentoso dominio sobre el instrumento, no se dejó -sin embargo - tentar por sus propias facilidades. Por el contrario, desechó siempre todo efectismo vano y liberó a la ejecución guitarrística del exceso de virtuosismos, arrastres innecesarios, profusión de acordes arpegiados, vibratos amanerados y otros recursos tan de moda en aquella época. Centró su atención en la riqueza tímbrica de la guitarra, en su condición "orquestal", en sus capacidades polifónicas. Cuando tantos a su alrededor tenían (y a veces siguen teniendo) como objetivo principal de sus preocupaciones (y sus admiraciones) el volumen y la velocidad, él puso siempre en el primer lugar los criterios musicales, la calidad del sonido y la variedad de sus colores, la claridad en el fraseo y la diafanidad en la conducción de las voces. Remarquemos además, que -como sustrato artístico que alentaba todas sus interpretaciones- hubo notoriamente en Carlevaro una concepción sonora muy particular, que reflejaba su profunda formación cultural y recogía la influencia plástica de las ideas torresgarcianas, presentes no sólo en la tan personal coloración de su sonido sino también en el modo "constructivo" de estructurar su discurso musical.
Ese discurso musical de Carlevaro, singularizado por todos los detalles de su repertorio sonoro y gestual-instrumental, además, se materializaba siempre a través de una total limpieza en sus movimientos sobre las cuerdas, ya que logró eliminar por completo los ruidos parásitos que habían caracterizado y caracterizan aún tantas ejecuciones. Es que Carlevaro fue siempre fiel, ante todo, a una concepción estética, y colocó siempre en el primer plano las consideraciones artísticas y musicales -tanto en su práctica concreta como en sus fundamentaciones teóricas y en su labor como maestro-, subordinando a ellas, estrictamente, los elementos técnicos que eran puestos a su servicio.

Un buen día Abel Carlevaro se dio cuenta de que su modo de tocar, su técnica instrumental, era formulable, explicable, transmisible a otros para que pudieran comprenderla, aprenderla y luego aplicarla. Entonces revolucionó también la pedagogía de la guitarra: le dio una teoría instrumental, un conjunto orgánico y lógicamente estructurado de explicaciones y soluciones a cada uno de los problemas que plantea la mecánica del instrumento para poder expresar sin trabas el discurso musical. Primeramente la enseñó, en sus clases universitarias y en su estudio particular, a sus discípulos uruguayos y a las decenas y decenas de estudiantes que desde otras partes de América, desde Asia y desde Europa, llegaron aquí expresamente para estudiar con él, llamados por un prestigio que él se había ganado con su propio arte y su creatividad teórica, sin ninguna propaganda ni agente o representante que lo impulsara. También la enseñó en seminarios internacionales en varias partes del mundo. Luego la expuso por escrito en varios libros. El primero y más importante: Escuela de la Guitarra. Exposición de la Teoría Instrumental (a comienzos de este año se cumplieron cuarenta de que terminara su redacción definitiva). Al elaborar su teoría, Carlevaro prácticamente subvirtió la casi totalidad de los principios que hasta ese momento guiaban la ejecución de la mayor parte de los guitarristas y que figuraban en los métodos hasta entonces publicados.
Extendería demasiado esta charla si nos detuviésemos en cada uno de sus aportes tan trascendentes para la escuela guitarrística, tanto en la técnica de la mano derecha como de la izquierda. Podemos sí asegurar que no existen precedentes, en el devenir histórico de la guitarra, en cuanto a una elaboración tan detallada y exhaustiva de una verdadera teoría instrumental. Menos aún existe algún tratado de la guitarra que haya sido traducido a tantos idiomas diferentes (además de la edición en castellano, “Escuela de la guitarra” fue publicado en inglés, francés, alemán, chino, japonés y coreano). Sin embargo, no puedo dejar de señalar aquí que, si uno observa los comportamientos y los resultados musicales del colectivo guitarrístico mundial, es todavía muy poco extendido el conocimiento cabal de lo que realmente aportó Carlevaro al desarrollo de la técnica y la pedagogía de la guitarra. Su comprensión requiere un estudio meticuloso y detallado, teniendo en cuenta, en forma estructurada y coherente, la totalidad de los elementos planteados por él, y siempre -tal como lo sostuvo permanentemente- con el amparo de una idea musical y estética que debe ser previa a cualquier consideración mecánica. Y no es tan sencillo estar dispuesto a tanto trabajo...
Igualmente, si sólo hubiese sido aquel su aporte a la evolución de la guitarra, bastaba ello para otorgarle un sitial de máximo privilegio en la historia del instrumento. Pero, sabemos ya que Carlevaro no se limitó a esos aspectos técnicos o pedagógicos, y abarcó en su creatividad un amplio universo de la guitarra. Inquieto, libre de prejuicios, renovador como era, Abel Carlevaro no estaba conforme con los criterios de construcción de la guitarra que había llegado, evolucionando, hasta nuestros días. Convencido de que los instrumentos musicales son siempre perfectibles, buscó, investigó, incluso experimentó, hasta que también revolucionó su modo de construcción. Inventó, así, un modelo para el instrumento basado en principios totalmente nuevos, cambiando no sólo su aspecto exterior sino también su arquitectura interior. Por supuesto que no buscaba solamente mayor volumen sonoro. Siguió siendo coherente con sus principios estéticos, y trató de diseñar una guitarra que además proyectara mejor los colores, que equilibrara la emisión de graves y agudos, que permitiera emitir separadamente las voces, que respondiera fielmente, en fin, a su concepto "orquestal" del instrumento. Si bien -sempiterno perfeccionista- no llegó a alcanzar la plena conformidad con los diversos ejemplares que un par de muy renombrados constructores europeos le hicieron, la realidad le confirmó el acierto de su invención y durante los últimos diecisiete años de su vida tocó únicamente en guitarras construidas según su idea.
Agreguemos a todo lo anterior la vasta producción compositiva de Carlevaro, el modo como enriqueció la literatura del instrumento con obras de un lenguaje inequívocamente propio, surgido de la sabia combinación de valores universales y locales, y entonces podremos comprender la estatura que adquiere la figura de nuestro artista en el marco más general de la historia de la guitarra. Creo que esa estatura no ha sido aún suficientemente conocida ni valorada, en parte por su propia reticencia al brillo exterior, pero estoy seguro de que no será fácil encontrar en este marco de referencia, otro ejemplo de tan amplio, profundo y renovador aporte. Desde su Montevideo natal, orgulloso de sus fuentes originales pero abierto mentalmente para recibir los más sólidos valores universales, Carlevaro marcó uno de los puntos de inflexión más importantes de la historia en el desarrollo de nuestro instrumento. La vida y el ejemplo de este maestro no habrán sido en vano si los guitarristas, en vez de repetir exactamente sus pasos y sus acciones, aprendemos de su capacidad para preguntar y preguntarse, de su negación a priori de todo lo preestablecido hasta que un concienzudo análisis le permitiera aceptarlo, de su inagotable energía para seguir buscando, creando y entregando hasta el último día de su vida, del permanente buen humor y cálida humanidad en su acción pedagógica, del apego y el respeto a sus raíces, de su incisivo y comprometido interés por todas las auténticas manifestaciones de la cultura, de su inconmovible honestidad artística e intelectual. Abel Carlevaro nos mostró a todos quienes quisimos escucharlo un mundo nuevo en la guitarra, y debe ser considerado por todos los uruguayos como uno de los exponentes más relevantes de nuestro patrimonio cultural.

Alfredo Escande
18 de setiembre 2018